La promesa

Revista Ritmo 958. Febrero 2022

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Observamos a esta mujer durante un receso en su estudio del violoncello. Dicen que es una auténtica virtuosa, aunque parece triste. Como regalo de bodas, su hermana mayor ha realizado para ella este retrato, con tintes modernistas y ecos goyescos. La ha pintado con un elegante vestido de paseo, aliviando sus piernas, fatigadas por las horas de ensayo, sobre un reposapiés. Su violoncello también descansa apoyado en una mesa, y, puesto que conoce de memoria la pieza que ha estado practicando, sólo un chal de gasa adorna el atril de las partituras. Estamos ante una de las obras más célebres de la pintora barcelonesa Lluïsa Vidal (1876-1918)

Nacida en una familia culta de la burguesía catalana, hija de un ebanista y decorador, creció en un ambiente frecuentado por artistas, recibiendo una esmerada educación. Además de estudiar idiomas, Historia, Literatura y Bellas Artes, Lluïsa, al igual que sus hermanas, tomó clases de música de jóvenes maestros como Isaac Albéniz, Enrique Granados o Pau Casals.

Siendo aún muy joven, supo que la pintura no sería en su caso una afición de señorita culta. Sacó el máximo provecho a las lecciones en Barcelona, y quiso completar su formación viajando a París sola, una audacia en aquel tiempo. Allí tomó clases en la mítica Academia Julian, y copió a los maestros del Louvre. Su pintura estará muy influida por dos grandes figuras del momento, Santiago Rusiñol y Ramón Casas (a quien se han llegado a atribuir algunas de sus obras) y por los clásicos de la escuela española, que estudió en el Museo del Prado.

Al filo del siglo XX, el feminismo cobró una fuerza sin precedentes en Cataluña de la mano de una generación de mujeres brillantes, a la que Lluïsa Vidal perteneció. A su vuelta de París, se afilió al grupo dirigido por la intelectual sufragista Carme Karr, colaborando como ilustradora con la revista Feminal, que ella dirigía. Carme Karr (1865-1943), periodista, escritora y musicóloga, luchó activamente por el derecho al voto de las mujeres y por la mejora de su educación y condiciones laborales. Apasionada por la música, compuso también algunas canciones para voz y piano.

El compromiso de Lluïsa con la igualdad se materializó también en su incorporación al Instituto de Cultura y Biblioteca Popular para la Mujer. Este proyecto, creado por la pedagoga Francesca Bonnemaison (1872-1949), abrió la primera biblioteca para mujeres de toda Europa, con el objetivo de brindarles acceso a la cultura y la información fuera cual fuera su extracción social, y creció hasta convertirse en todo un complejo educativo y cultural. Vidal participó también en el Patronato para las Obreras de la Aguja, fundado por la escritora feminista Dolors Monserdà (1845-1919) para dar protección y asistencia laboral a las costureras, un sector especialmente deprimido.

La carrera profesional de Lluïsa Vidal despegó con su muestra en el mítico local Els Quatre Gats, donde fue la primera mujer en exponer. La crítica alabó su trabajo, aunque su obra, de extraordinaria calidad, se cotizó menos que la de sus colegas varones. Para poder completar sus ingresos fundó una academia donde impartía cursos de acuarela, dibujo y pintura con modelos vivos, además de modelado en yeso y decoración. En su producción encontramos sobre todo escenas costumbristas, a menudo del mundo doméstico femenino, y retratos, género en el que destaca especialmente. Un ejemplo es su soberbio autorretrato de juventud del MNAC, y otro el que hoy presentamos.

Pero ¿quién es esta joven y pensativa música? Francisca Vidal (1880-1955), llamada Frasquita por su familia y amigos, destacó en la práctica del violoncello, con el que su hermana la retrató en numerosas ocasiones. A los dieciséis años conoció a Pau Casals, quien le dio clases, y algo después se casó con el tesorero de su orquesta, pasando ella a ocuparse del archivo. Al enviudar, Francisca siguió dedicada por completo a la orquesta Pau Casals, y también al maestro. Tanto, que lo siguió al exilio, dejando atrás incluso su propio violoncello. En Francia vivieron juntos durante casi veinte años, y se casaron in artículo mortis al caer ella gravemente enferma. Casals había asegurado que no pisaría suelo español mientras durase el régimen franquista, pero lo hizo una única vez: fue para enterrarla en su panteón familiar de El Vendrell. La voluntad de que los restos amados descansaran en un suelo cálido fue más fuerte que la promesa del maestro, cuyo compromiso con la democracia sería absoluto en la vida y en la muerte. Falleció en Puerto Rico en 1973, y sólo seis años después, ya extinguido el régimen, llegaron sus restos a España. Desde entonces descansa junto a Francisca.

Lluïsa Vidal murió víctima de la epidemia de gripe que asoló Europa en 1918. Su obra, al principio olvidada, ha sido motivo de estudio en los últimos años. La joven violoncelista del cuadro, en cambio, apenas aparece en las biografías de Pau Casals, o sólo como ama de llaves o asistenta. Por suerte, ahora conocemos la historia que esconde su rostro triste.

Imagen: Lluïsa Vidal, La violoncelista descansando, 1909. Museo Pau Casals, El Vendrell

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