Mujeres ilustres

Revista Ritmo 957. Enero 2022

Mobirise

Antes de saber exactamente qué estamos contemplando, el continente africano se aparece en nuestras mentes con toda su fuerza y colorido, y una música rítmica, tribal, que hunde sus raíces en la tierra más antigua y sabia, resuena en nuestros oídos. Sólo entonces percibimos el baile, desenfrenado y a la vez elegante, de las figuras femeninas que se mueven por un espacio bidimensional y poderoso, entre lo decorativo y lo ritual, lo atávico y el music hall. Los colores y sonidos de África han sido pasados por el tamiz de la sofisticación, en un ejercicio hermoso y refinado de la artista estadounidense Loïs Mailou Jones (1905-1998)

Nacida en Boston a principios del siglo pasado, nieta de esclavos, sus padres la animaron a dibujar y pintar cuando, de niña, vieron su talento artístico. Estudió en la Escuela Superior de Artes Plásticas de Boston, asistiendo también a clases nocturnas en el Museo de Bellas Artes. Tras licenciarse, obtuvo un título de postgrado en Diseño en la Escuela de Arte de su ciudad, y continuaría formándose en prestigiosas universidades como Harvard o Columbia. Durante estos primeros años entró en contacto con el Harlem Renaissance, un movimiento intelectual y cultural afroamericano que tuvo su apogeo en este barrio de Manhattan, e involucró a todo tipo de artistas que revisaban, reivindicaban y dialogaban con sus raíces africanas y su presente en Estados Unidos. El interés por el arte y las máscaras africanas, y los ecos del continente de sus antepasados, ya no abandonarían su pintura.

Jones fue, durante casi cincuenta años, profesora de Bellas Artes en la Universidad de Howard en Washington, para estudiantes negros -la segregación en la Educación era oficial en la capital-. Cuando viajó a París para conocer las vanguardias, no sólo descubrió a Gauguin y a Picasso, sino que allí lo relevante era su talento, y no el color de su piel. En la capital francesa descubrió también a Josephine Baker, a quien rinde homenaje en la obra que hoy presentamos.

Josephine Baker (1906-1975) era también estadounidense y de raza negra, y sólo un año más joven que Mailou Jones. Careció, sin embargo, de la exquisita formación universitaria de la pintora, pues su extrema pobreza la obligó a abandonar el colegio a los trece años para trabajar como empleada en una casa. Pero su talento y sus sueños de ser una estrella terminaron por llevarla de Missouri a Nueva York, donde consiguió un contrato como bailarina en París. A los diecinueve años, ya era la sensación del teatro Champs-Elysées, donde improvisaba su danza salvaje vestida únicamente con una falda de plátanos. Cuando estalló la Segunda Guerra Mundial, Baker contactó con la resistencia, y comenzó a trabajar como agente de información para el contraespionaje francés en Europa y el norte de África, uniéndose en 1943 al ejército del aire. Fue condecorada con la Legión de Honor y la Cruz de Guerra, además de la medalla de la Resistencia. De vuelta en Estados Unidos, militó activamente contra el racismo, apoyando el Movimiento por los derechos civiles. El pasado mes de noviembre, en el Panteón de París, el presidente de la República francesa recibía con honores los restos de Baker, la sexta mujer que descansará bajo su cúpula, entre los hombres ilustres. Es la primera artista escénica. También la primera negra.

La escritora Almudena Grandes dijo en una ocasión que reparó por primera vez en que algo no cuadraba en nuestra historia cuando, niña en la oscura España de los sesenta, supo que, treinta años antes, su abuela había visto bailar desnuda a Josephine Baker en un teatro de Madrid. Grandes dedicó gran parte de su esfuerzo y su talento creativo a salvar la memoria de quienes, en España, como Baker en Francia, lucharon contra el fascismo. Era necesario hacerlo porque, en nuestro país, esas personas no sólo no son condecoradas por las autoridades, sino que, de no ser por el empeño de unos pocos seres justos y generosos como ella, ni siquiera sabríamos que existieron, ni por qué dieron sus vidas. Madrid y la cultura han quedado huérfanas de esta intelectual, mujer ilustre de las letras que, a falta del homenaje de los políticos de su ciudad, tuvo en la despedida el de los miles de lectores a quienes sus libros acompañarán siempre.

Loïs Mailou Jones logró ser una artista plenamente reconocida y una referencia para los alumnos negros a los que inspiró. Sus obras cuelgan hoy en los museos más importantes de un país, el suyo, en el que la segregación racial fue legal hasta 1964. Queda mucho camino por andar, pero gestos como el del presidente francés, colocando públicamente a Josephine Baker, mujer, negra e inmigrante, entre los personajes más importantes para la República francesa, ayudan a establecer nuevos símbolos. Y los símbolos son importantes.

También las palabras. Por eso he querido comenzar este 2022 dedicando las mías a tres mujeres ilustres, y deseando, a quien lee estas líneas, que en el nuevo año predominen algunas de mis favoritas, como risa, libro, música… y salud.

Imagen: Loïs Malou Jones, La Baker, 1977. Museum of Fine Arts, Boston

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