Una vida feliz

Revista Ritmo 959. Marzo 2022

Mobirise

Una joven de expresión dulce y grandes ojos almendrados nos mira mientras interpreta una pieza a la espineta. Tanto sus ropas como su peinado nos hablan de discreción y modestia, pero la seguridad que denota su mirada y, sobre todo, la calidad de la obra, revelan que, además de resaltar esas dos cualidades - indispensables en cualquier dama virtuosa-, quiere llamar la atención sobre su talento. Y lo hace tan bien, que toda Europa se dará por enterada. Estamos ante la gran maestra del retrato del Renacimiento: la pintora italiana Sofonisba Anguissola (c.1535-1625)

Nacida en una familia de la baja nobleza cremonesa, su padre, siempre justo de capital, optó por dar a sus seis hijas la rica dote inmaterial de una educación humanista. Con Sofonisba, la primogénita, se volcó además en una tenaz labor propagandística, escribiendo a amistades, conocidos e incluso célebres maestros, acerca del talento de su hija para la pintura. Llegó a enviar dibujos a Miguel Ángel Buonarotti, quien apreció el trabajo de la adolescente, mientras ésta sacaba el máximo provecho de las lecciones de sus maestros, Bernardino Campi y Bernardino Gatti, y producía numerosas efigies de sí misma, que eran difundidas entre posibles clientes y mecenas. Así empezó a ser una celebridad en Cremona, y su fama llegó a oídos del gobernador del Milanesado -por entonces territorio de la corona española- quien habló de ella al duque de Alba. Éste se hizo retratar por la joven pintora, quedó encantado con el resultado, y decidió que una muchacha noble italiana con semejante talento y una educación tan exquisita sería perfecta como dama de la reina de España.

De esta manera, Sofonisba Anguissola alcanza, a los veinticinco años de edad, la máxima dignidad a la que podía aspirar una mujer de la nobleza en el siglo XVI, y viaja a la corte española, donde permanecerá durante trece años. Su contribución -junto a la de Alonso Sánchez Coello, pintor del rey-, será decisiva para la formación del retrato de corte español. La tercera esposa de Felipe II, Isabel de Valois, es una adolescente francesa de catorce años que ha crecido en la sofisticada corte de Fontainebleau, donde la reina, Catalina de Medici, la ha educado en el amor por las artes y la música. La afinidad de Isabel con Sofonisba, que habla el idioma de su madre, toca la espineta y le enseña dibujo y pintura, será inmediata, profunda y duradera. La maestra cremonesa pintará los mejores retratos de la joven reina, pues, a diferencia del pintor de corte, para quien los personajes reales posan por tiempo limitado, Sofonisba, como dama, convive literalmente con la soberana. La fama de sus pinturas correrá por la corte como la pólvora, pintará a las hijas y a la hermana del rey, y hasta el mismo Felipe II se hará retratar por ella.

Las damas de la reina tenían, entre otros privilegios, el honor de que fuera el mismo rey quien les buscara marido y les pusiera dote. Cuando muere Isabel de Valois, Sofonisba pasa de los treinta y cinco años y sigue soltera, por lo que Felipe II escoge para ella un marido español. Sin embargo, la dama expresa al rey su deseo de regresar a Italia, así que el monarca cambia su elección, le encuentra un rico caballero siciliano y le otorga una generosa dote. Anguissola se traslada a Sicilia, enviudando a los pocos años. El rey la invita a regresar a Madrid, pero ella quiere permanecer en su tierra. En un viaje a Cremona, como en una novela, se enamora del capitán de la galera que la transporta, un joven noble genovés que la idolatra, y con quien se casa sin esperar la autorización de Felipe II. Cuando éste pida explicaciones, Sofonisba, que es dueña de una fina inteligencia y domina el arte de la diplomacia tan bien como el de la pintura, expondrá sus razones de tal manera que no sólo seguirá en buenos términos con el rey prudente -no exactamente aficionado a que le lleven la contraria-, sino que mantendrá los lazos con la corte española toda su vida. El pintor Anton van Dyck la visita en Palermo dos años antes de su muerte, cuando la maestra, que ha vivido desde su regreso a Italia dedicada a la pintura, tiene casi noventa años. Impresionado por sus maneras y su vivacidad, toma apuntes para hacerle un retrato bajo la atenta mirada de la anciana, y anota en su diario cómo ella le ha aconsejado utilizar la iluminación de manera que se noten menos las arrugas.

Sofonisba Anguissola no sólo es excepcional por haber llegado a ser una gran maestra de la pintura siendo mujer. Lo es también porque, a diferencia de la mayoría de las pintoras, y de la mayoría de las mujeres, tomó sus propias decisiones, cultivó su vocación, se casó con quien quiso y no murió de parto, sino anciana y amada. Es excepcional, sobre todo, porque tuvo una vida plena y feliz.

En el segundo aniversario de Vissi d’arte, y frente a la mirada sonriente y sagaz de la espléndida Sofonisba Anguissola, deseo que la posibilidad de alcanzar una vida feliz deje de ser una excepción para las mujeres y niñas que habitan este mundo.

Imagen: Sofonisba Anguissola, Autorretrato tocando la espineta, 1555. Nápoles, Museo Nazionale di Capodimonte


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